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¿De qué podemos estar seguros?

16 años > Filosofía > El conocimiento, la ciencia y la verdad

Ya hemos avanzado bastante en lo que respecta al surgimiento del pensamiento filosófico. Hemos podido apreciar cómo se fue desarrollando en los primeros filósofos del siglo VII a.C., la idea de que el universo y la vida tienen un origen, un principio y esto los motivó para seguir indagando sobre los misterios de la existencia, dejando atrás el pensamiento mágico para concentrarse en un ejercicio racional que le permitió observar y conocer un poco más sobre las cosas. 

 

Introducción:

Diríamos, entonces que la aventura del conocimiento se abre a una nueva experiencia que parte desde lo humano. Será el hombre el que se encargue de encontrar las respuestas a las interrogantes que lo afectaban a diario, y con ello establecer un itinerario reflexivo que le permitirá pensar de un modo diferente y eso, a su vez, transformarlo en un problema: conocer; saber un poco más…

Esa inquietud lo mantuvo en vigilia desde el momento en que descubrió que las divinidades no resolvían sus dilemas existenciales. Se dio cuenta que el universo era infinito y eso lo llevó a cuestionar su propia existencia y, con ello, esmerarse por encontrar respuestas. Desde los primeros filósofos presocráticos hasta los tres grandes pensadores como lo fueron Sócrates, Platón y Aristóteles, la reflexión filosófica fue ganando cada vez más adeptos hasta nuestros días.

Así pues, no es posible argumentar que la filosofía lo ha dicho todo, que lo ha pensado todo, que lo conoce todo, que logró definitivamente encontrar respuestas a todos los misterios del universo y la vida. Si eso fuera así, ésta ya no tendría razón de ser, o simplemente ya hubiera dejado de ser operativa. Lo relevante de su proceder es que sus respuestas siempre dejan ventanas abiertas para que la discusión y la investigación se vuelvan a instalar. Ésta no da respuestas absolutas, antes bien, permite que el propio individuo se mantenga en el asombro, con ansias por saber un poco más sobre aquello que lo mantiene inquieto; curiosidad por saber respecto a los misterios de la existencia.

Diríamos, pues, que la filosofía aún tiene caminos por recorrer, que no todo está dicho o escrito, sobre todo en términos de la existencia y los problemas fundamentales que continúan afectando a la condición humana. Hay mucho que pensar, faltan sujetos que se atrevan a ser transgresores, que eviten las obviedades de la existencia diaria, que salgan de la caverna, de las sombras y liberarse de las cadenas que los mantienen atados a las pasiones materiales, y descubrir que existe un mundo diferente al que está acostumbrado a experimentar. Como lo dijo alguna vez el filósofo alemán Martin Heidegger: volver a retomar la antigua preocupación del hombre griego, es fundamental, pues ahí parece estar la luz que nos guía para encontrar las respuestas a la existencia. 

Hoy nos corresponde aprender y reflexionar, en la medida de lo posible, sobre otra pregunta interesante y necesaria por lo demás: ¿de qué podemos estar seguros? Pues bien, fíjate que esta interrogante se torna tremendamente compleja cuando nos interpela a nosotros mismos. Es más simple pensar en que las cosas, los objetos, las personas están ahí, pues eso me concede cierta tranquilidad, de cierto modo, me otorgan la garantía de que puedo contar con ellas, en el caso de mi círculo social más próximo, por ejemplo, o si lo prefieres saber que la calle por la cual me dirijo a casa sigue ahí y que nadie se atreverá a cambiarla de dirección. Cada día estamos seguros de que las cosas, los objetos, las personas siguen ahí. Pero, ¿qué nos da la seguridad de que todo lo que conozco es así? 

 

 

Pues bien, intentaremos aventurarnos a dar alguna respuesta a esta interrogante a partir de lo que la filosofía a reflexionado sobre ésta misma, sin antes precisar que, así como la clase anterior nos esmeramos por buscar alguna respuesta ante la pregunta por el sentido de la vida, esgrimiendo que esta posibilidad recae en cada hombre y en cada mujer, esta otra pregunta requiere del esfuerzo no solo intelectual de cada uno, sino que, además, del compromiso por comprender aquello que conocemos como realidad, pues, al parecer, en último término, depende de cada uno sentirla y experimentar desde du propio contexto. 

Puede que en este intento nos venga muy bien empezar al revés analizando la corriente filosófica racionalista, la cual puso en tela de juicio todo lo que percibimos como realidad a partir solo del dato de la experiencia que tenemos de las cosas, o más bien, sometió al examen racional todo aquello que era dado como supuesto. Veamos, entonces de qué se trata.

 

1- El racionalismo filosófico

Ante todo, es importante aclarar dos diferencias entre: razón y racionalismo, aunque ambos conceptos guardan una estrecha relación, en lo práctico tienen algunas connotaciones que son importantes precisar. 

 

 

Por una parte, el concepto razón o logos (palabra pensada) fue un ejercicio intelectual que pusieron en marcha los primeros filósofos de la naturaleza o presocráticos, mucho más con Platón y Aristóteles, sobre todo con Platón el que ve a la razón como la única vía de acceso al mundo de las ideas, es, pues, que a través de este ejercicio intelectual que Platón intenta explicar la realidad y la permanencia de las cosas, práctica que más adelante dio paso a la corriente filosófica llamada racionalismo. Veamos de que trata.

El racionalismo como corriente filosófica alcanza su mayor apogeo durante el siglo XVII-XVIII de nuestro tiempo, específicamente en Europa. Este movimiento profundiza el papel de la razón en la adquisición del conocimiento, contrasta con el empirismo que considera a la experiencia como la fuente del saber humano y, a la vez, como una contra respuesta al pensamiento que prevaleció durante la edad media: la teología (ciencia inaugurada por Santo Tomás de Aquino, que intenta unificar la razón y la fe para dar respuestas al misterio de Dios). Sus principales representantes fueron: René Descartes, Baruch Spinoza y Gottfried Wilhelm Leibniz.

Asociado a la figura de Descartes este movimiento filosófico impregnará a toda la filosofía moderna y contemporánea con la necesidad de comprender el mundo a través de un conjunto de leyes racionales. Y es que, a partir de ciertos principios innatos de la razón, el ser humano puede enfrentarse al entendimiento y dominio de la naturaleza. El racionalismo se robustece en medio de la revolución científica del siglo XVII que situó el problema del conocimiento en el centro del debate filosófico al preguntarse tanto por el origen y fundamento del conocimiento verdadero como por el método más adecuado para alcanzar la verdad desde las ciencias. En este sentido, las dos grandes corrientes de la época, racionalismo y empirismo, tienen en común la confianza en la nueva ciencia y en el método matemático experimental, pero se diferencian en su postura sobre el origen del conocimiento: La razón v/s la experiencia, ¿cuál de las dos es más determinante a la hora de llegar a conocer lo que es verdadero? Veamos, entonces que dicen al respecto estos tres grandes pensadores.

El principal exponente del racionalismo es René Descartes (1596-1650), filósofo y matemático francés quien decidió profundizar en busca de un saber universal al interior del propio mundo perceptible, y al haberse dado cuenta de que éste no le permitía superar las dudas que anegaban su pensamiento y su vida, decidió buscar dentro de sí mismo. Así se descubrió él mismo como sujeto, como un ser libre, cuya existencia se fundamentaba en la evidencia de su propio pensamiento. 

 

 

Frente al escepticismo, la corriente de pensamiento que afirma la imposibilidad de alcanzar el conocimiento verdadero por la propia incapacidad de la razón, Descartes defiende exactamente lo contrario, convencido de la fortaleza de la razón humana y de su potencial para lograr la verdad universal.

Para ello se propone construir un sistema de conocimientos en el que nada sea aceptado como verdadero si no es antes sometido a la duda, lo que va a suponer renovar completamente el itinerario filosófico y encontrar el método adecuado para resolver este nuevo dilema. De este modo, la duda metódica y el cogito ergo sum (pienso, luego existo) se convertirán en los pilares del edificio cartesiano, y la búsqueda de un método universal, en la parte central de su programa, puesto que la razón es una y la misma en todos los seres humanos. A la luz de lo anterior, diríamos que el racionalismo estima que la razón es la generadora del saber y que éstos conocimientos son innatos en el ser, pero que éstos se encuentran ocultos en nuestra mente. En algunas ocasiones se llega a asociar al racionalismo con el ateísmo (la no creencia en deidades), ya que todas sus posturas y tesis anteponen a la razón sobre la experiencia e incluso la enaltecen sobre la propia fe tan característico de la edad media.

Dentro de esta misma doctrina se sostiene que el hombre como ser pensante, capaz de tener raciocinio, utiliza ésta herramienta para generar saber, es decir conocimientos y deja en un plano más distante a la percepción de los sentidos y a la propia experiencia, pues la razón está dentro del ser y es innata a él (¿recuerdas lo que pensaba Platón?).

Veamos ahora que es lo que nos dice Baruch Spinoza, filósofo neerlandés (1632-1677). Pues fíjate que sus ideas parten del mismo pensamiento de Descartes y surge como reacción a éste, pues no compartía los conceptos de la trascendencia de Dios, el dualismo mente cuerpo y la atribución del libre albedrío a Dios y a los seres humanos.

Para Spinoza Dios y la naturaleza es la misma cosa porque veía a Dios en todo lo que existe y todo lo que existe en Dios. Por su creencia en que Dios y el mundo es lo mismo, se lo considera un panteísta (es la creencia de que Dios lo es todo y es idéntico al universo). Su filosofía, al igual que Descartes, parte de una representación o idea clara y distinta que se sustenta en la razón. Esta idea es la sustancia, que es a la vez Dios y la naturaleza, que es causa de sí misma, existe en sí y se puede conocer, posee infinitos atributos y comprende tanto a los pensamientos como a los que están más allá de estos, es decir, externamente. Spinoza estaba convencido que son las pasiones humanas como la ambición y el deseo lo que impide alcanzar la felicidad y la armonía, que sólo el hombre podrá lograr cuando pueda captar la realidad como un todo

Por su parte, Leibniz (1646-1716), filósofo y matemático alemán afirma que todo ocurre porque existe una razón suficiente para que suceda así, y no de otra manera. Es decir, que, si algo de lo que acontece en la vida, le parece malo al ser humano, es simplemente porque desconoce las causas que provocaron tal acontecimiento. Porque si una persona conoce las causas de los hechos, es capaz de dar una razón suficiente por la que esos hechos hayan tenido que ser así y no de otro modo. 

Así pues, dirá Leibniz lo primero es preguntarse por qué hay algo y no más bien nada (idea que procede de los antiguos filósofos presocráticos), ya que esta última es más simple y más fácil que pensar en algo. Las cosas existen y, por lo tanto, es necesario que exista una razón suficiente para ello. El principio de razón suficiente es el fundamento de toda verdad, mediante el cual es posible determinar si una proposición es verdadera o no, algo imposible de conocer sin una razón suficiente. Y si todo lo que ocurre es porque existe una causa para que así suceda, si todo tiene una razón de ser, entonces, es posible saber lo que ocurrirá en el futuro. Esta es la base de la ciencia empírica.

 

 

Como ves, estos tres filósofos confiaban plenamente en la razón como la única fuente para conocer las cosas que existen o que se presentan delante de nuestra mirada. Para ellos no existe otra forma posible de acceder a la realidad que no sea a través de la certeza que nos otorga una facultad interior como la razón. No confiaban en la experiencia como fuente de conocimientos reales, pues como ésta se daba en un mundo cambiante, no se podía garantizar que aquello que percibimos como realidad, lo sea.

Si retomamos la pregunta inicial ¿de qué podemos estar seguro?, pues, verás que su respuesta dependerá de la forma cómo cada uno percibamos la realidad. Si es con la razón, según la doctrina racionalista, será más fácil captar la esencia de las cosas. Si la respuesta está vinculada con la experiencia, ésta no garantiza que podamos llegar a saber con certeza qué es lo que estoy percibiendo como realidad. Al final de cuentas, la experiencia de la existencia nuevamente vuelve a recaer bajo la exclusiva responsabilidad de quien la experimenta a diario. ¿Qué crees tú?

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Fecha de publicación: 05/14/2024

Última edición: 06/05/2024

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